La crisis económica europea ha puesto en jaque al euro. Muchos analistas advierten que abandonarlo, implicará perder muchos de los logros alcanzados en las últimas décadas. En este artículo explicamos: 1) que los beneficios de la Unión Europea exceden a la creación del Euro, 2) que Hayek advirtió que la creación del Euro constituía un error hace 35 años y 3) que hoy es necesario aprovechar la oportunidad que se presenta para retroceder hacia la competencia de monedas nacionales. El artículo cierra considerando un riesgo al implementar la propuesta.


1. Los beneficios de formar parte de la Unión Europea

Hasta 1914 los países europeos practicaban políticas consistentes con la disciplina monetaria, fiscal e internacional. La disciplina monetaria estaba presente en el Patrón Oro que impedía a los gobiernos practicar políticas monetarias que permitan devaluar la moneda para ganar una supuesta competitividad. La disciplina fiscal estaba presente en el equilibrio entre ingresos y gastos que acotaba estos últimos al nivel de los impuestos que la gente estaba dispuesta a pagar. La disciplina en el comercio internacional estaba presente en la libertad de entrada y salida de capitales, bienes, servicios y personas. Las dos guerras mundiales y la gran depresión terminaron con ese estado de cosas.

Los países que hoy componen la Unión Europea, y en especial la zona euro, han trabajado durante mucho tiempo para conseguir un sistema que se asemeje a aquel, al menos para los países miembros. El proyecto de una moneda común como el euro permitiría reducir costos de transacción, evitar las devaluaciones competitivas y terminar con la inflación. El Tratado de Maastricht obligaría a los países miembros a acotar sus déficits y limitar su deuda. La apertura económica dentro del bloque permitiría a las personas de los países miembros comerciar libremente, como si todos pertenecieran a un mismo país.

No hubo que esperar mucho tiempo para observar cierta evidencia empírica que confirmaba —una vez más— que es real la tendencia de convergencia o igualación de salarios en países donde se permite la movilidad de factores de producción. Irlanda, por ejemplo, combinando la apertura económica con reducciones impositivas, logró “importar instituciones” del primer mundo, reducir el riesgo país, atraer consecuentemente inversión extranjera directa y emprender un crecimiento económico sostenido que le permitió reducir los niveles de desempleo (del 16 al 4%), multiplicar el PIB per cápita, reducir el nivel de deuda sobre PIB (de un 160 a un 40%) y cambiar la estructura de la economía desde la preponderancia del agro hacia la industria y los servicios (Ravier, 2005). España, por su parte, abandonó la política inflacionaria, deficitaria y proteccionista, lo que le permitió emprender un desarrollo genuino, dando lugar a acelerados niveles de crecimiento de su PIB per cápita. En palabras de Jorge Avila: “Después de cuatro siglos de declinación y con los mismos recursos naturales, en los últimos 25 años España ha dejado de ser una ballena anclada en los Pirineos para convertirse en un polo de atracción de emigrantes y capitales. ¿Qué cosa cambió? Su infraestructura institucional, que importó del mundo avanzado. Entró en la OTAN, entró en la Unión Europea y adoptó el euro en reemplazo de la peseta. En otras palabras, definió su política exterior, instauró el libre comercio con Francia, Alemania, Italia y los otros miembros de la Unión Europea y adoptó una unidad de cuenta estable. Adquirió instituciones irreversibles y su ingreso per cápita se acercó en la década de 2000 a 28.000 dólares por año (Avila, 2010).

Ante la crisis financiera internacional, el abandono del euro se presenta como el fin de todos estos beneficios. Sin embargo los beneficios alcanzados con la apertura económica dentro de la Unión Europea —ligado a los rígidos requisitos fiscales— deben ser separados de los perjuicios provocados por el euro.

Claramente el proceso de globalización y la integración económica se presenta en estos tiempos como la causa fundamental de la reducción de la pobreza y el desarrollo económico de aquellos países que alcanzan tasas de crecimiento de dos dígitos. Como ha mencionado Richard Ebeling “la integración económica y la prosperidad han sido posibles sin el monopolio de la moneda sobre todo el continente” (Ebeling 2010). De hecho, países como Inglaterra o Suiza que integran la Unión Europea, pero se mantuvieron fuera de la zona euro, no han sido ajenos a los beneficios de la globalización y la integración.

2. Hayek contra el euro en 1975

El Euro fue creado como un medio que le permitiera a la elite política europea, en especial, de Francia, competir con el dominio político y financiero de EE.UU. Todas las ventajas que se señalaron en distintos informes, como la reducción de los costos de transacción, son motivos secundarios. El objetivo final de la creación del euro fue crear los Estados Unidos de Europa, regulado y controlado centralizadamente desde Bruselas, con una especial influencia de las políticas de Paris y Berlín (Ebeling 2010).

En tal sentido, la política monetaria gestionada en forma centralizada desde el Banco Central Europeo es un ejemplo de lo que Friedrich A. von Hayek habría denominado la “fatal arrogancia”. Esta institución no tiene conocimiento de cuál ha de ser el nivel del tipo de interés, tampoco de cuánto dinero se necesita emitir, ni cuál sería un adecuado nivel del tipo de cambio.

Hace ya 35 años que Hayek alertó a Europa de los peligros de unificar la moneda europea eliminando la competencia de monedas nacionales que imperaba entonces. Tal competencia sería, en última instancia, el único modo de detener la inflación y la continua devaluación de la moneda local, en la medida que la gente rehusaría demandar una moneda de constante depreciación (Hayek, 1975).

La crisis que hoy enfrenta Europa, y en particular la burbuja inmobiliaria, ha sido el producto de la política monetaria de la Reserva Federal, tal como hemos demostrado ya en otra oportunidad (Ravier, 2010).

La política monetaria laxa que gobernó al euro en los últimos años sólo ha dado lugar a reducciones artificiales de los tipos de interés que han provocado un largo proceso de mala-inversión, representado —por ejemplo— en numerosos edificios que de otro modo no se hubieran construido. En términos técnicos, esta política rompió la identidad entre ahorro e inversión y desencadenó una etapa de auge que necesariamente iba a terminar, en la medida que el Banco Central Europeo hallara dificultades para mantener bajos los niveles de interés. Esto efectivamente ocurrió hacia fines de 2007, cuando el riesgo inflacionario se hizo latente.

3. La oportunidad de abandonar el euro

Toda crisis ofrece una oportunidad. En este caso, los gobernantes de la zona euro tienen la posibilidad de admitir y aceptar que el plan Euro fue una mala idea. Esto les permitirá considerar el mejor modo de retroceder hacia monedas nacionales, algo que desde luego tendrá una dolorosa transición, a la que Ebeling se preocupó por encontrarle antecedentes.

“No es la primera vez que una moneda debe ser disuelta en distintas monedas nacionales. Esto ocurrió en 1919, durante la desintegración del viejo Imperio Austro-Húngaro en Europa Central; o más recientemente en el colapso de la Unión Soviética en quince repúblicas independientes, o incluso en la separación de Checoslovaquia en dos países, o en la quiebra de Yugoslavia.” […]

“Hay lecciones que aprender de estos casos históricos que deberán ser considerados cuidadosamente y aplicados para cerrar el experimento del Euro” (Ebeling, 2010).

El riesgo de la propuesta

Hay un riesgo, sin embargo, que acompaña la implementación de la propuesta. Paul Krugman ha pedido en numerosas ocasiones que Grecia, España o Italia abandonen el Euro para poder utilizar la política monetaria y así devaluar la moneda. En un artículo en el New York Times, decía sobre España: “Si España tuviera su antigua moneda, la peseta, podría remediar el problema rápidamente a través de una devaluación —digamos, reduciendo el valor de la peseta en un 20 por ciento contra las otras monedas europeas” (Krugman, 2010).

Las experiencias históricas europeas van también en este mismo sentido. Basta revisar algún libro de macroeconomía para recordar las experiencias históricas de devaluaciones competitivas entre Francia y Alemania.

¿Quién puede asegurarnos que la política monetaria, una vez recuperada, no será utilizada en el peor sentido? Pregunté esto a Richard Ebeling y me ofreció una respuesta que es útil para complementar su propio artículo.

Todas las formas de planificación central monetaria son indeseables, y tienden a ser abusadas por el control del gobierno. Pero en un mundo en el cual nos sometemos a sistemas de monopolio público de la moneda, y en el cual estos difícilmente sea abolidos en el corto plazo, Ebeling piensa que lo preferible es limitar el monopolio geográficamente a economías locales.

Coincido con Ebeling. Un sistema en el que haya tantos monopolios públicos de la moneda como países haya en Europa parece superior a un solo monopolista con capacidad para manejar una única moneda para toda la Unión Europea. Y más aun cuando los individuos cuentan con libertad de elegir entre todas las monedas europeas, lo cual se constituye en un importante limitante para la política inflacionaria de los bancos centrales.

Esto necesariamente abre un abanico de opciones para los usuarios quienes pueden analizar si la moneda local está siendo más abusada y depreciada en su valor relativo en relación con el grado de depreciación que sufren las monedas de los países vecinos.

Por supuesto, tal solución es una segunda —o tercera— opción en un mundo políticamente imperfecto que difícilmente se abra a políticas liberales clásicas y a una economía pura de mercado.

Bibliografía

Avila, Jorge (2010), Antídotos contra el riesgo-argentino, Cap. 1: Alberdi y el costo del repudio, UCEMA.

Ebeling, Richard (2010), Competitive Currencies Instead of the Euro Monopoly, Northwood University.

Hayek, Friedrich A. von (1975), Choice in currency. A way to stop inflation, Institute of Economic affairs, London.

Krugman, Paul (2010), The making of a Euromess, The New York Times, February 14th, 2010.

Ravier, Adrián (2010), La burbuja inmobiliaria de España, GPS Económico, No. 1, marzo de 2010.

Ravier, Adrián (2005), El caso de Irlanda. El milagro del Tigre Celta, en Políticas Liberales Exitosas, RELIAL, Fundación Atlas 1853 y Fundación Friedrich Naumann, pp. 67-73.